miércoles, 16 de diciembre de 2015

“¿No se quiere llevar algunos?” O cómo encontrar la vida en la vida

El Dr. Juan Carlos Pacífico es Encargado Titular del Registro de Pergamino N° 2. Amén de su función registral, en nuestra revista publica desde hace 7 años sus escritos de ficción, habitualmente inspirados en momentos vividos en su ciudad. En nuestro impreso N° 35, un relato de controvertido final, que generará múltiples y diversas interpretaciones… ¡Contanos la tuya en esta Web o en el Face!

Por: Dr. Juan Carlos Pacífico
Dibujos: Walter Pacenza

Entró en mi Estudio con su madre, era una adolescente de 17 años con una fuerte personalidad y ganas de saber, ganas de conocer de dónde venía, quienes habían sido sus padres biológicos. Se sentó frente a mí con esa obstinación de los cruzados o conversos, su madre adoptiva la miraba y me miraba, no había angustia sino resignación y confianza, ella sabía que tarde o temprano esto pasaría y se preparó para ello. 
P.A. llegó a mi vida así, tal como lo cuento, tuvo una dura infancia y una madre soltera que, enferma de tuberculosis, la deja en un orfanato para nunca más regresar por ella, luego sus padres adoptivos la llevarán a su hogar cubriéndola de cuidados y amores necesarios, intervine en el juicio por adopción en su final, y a los diez años de edad P.A. fue legalmente hija de sus padres.
Y ahora, siete años después, los interrogantes más profundos del ser humano se despiertan con una voracidad que no puede atenuar nada más que el saber, que el conocer quienes, cómo y por qué. 
Recordaba perfectamente el expediente pero no los datos necesarios para responder a todas las preguntas, para ganar tiempo convinimos encontrarnos quince días después; presuroso al día siguiente pedí el desarchivo de las actuaciones y memoricé sus partes más importantes, recapacité sobre esa niña que fue dejada en un orfanato a corta edad y todo lo que tuvo que pasar, esas horas rodeadas de niñas en su misma situación en una inmensa soledad acompañada.
Cómo repercuten en nuestra mente esas carencias, qué debemos hacer para convivir con ellas y en qué momento se despiertan furiosas y deseosas de saber,  de comprender; en qué tiempo el puente hacia un territorio de tranquilidad y equilibrio se edifica para poder vivir ocultando lo que nunca podrá reponerse. 
A los quince días volvieron y ya con los elementos en mano pude contestar sus preguntas punzantes con datos certeros, apellidos, nombres, direcciones y circunstancias trazaban un dibujo harto conocido: una madre soltera de condición muy humilde, un padre biológico que nunca supo del embarazo,  una vida dura en una villa de emergencia, una enfermedad social:  tuberculosis que ataca un cuerpo diezmado por la pobreza y la resignación,  la imposibilidad de seguir manteniendo a su hija,  la aparición del orfanato como única solución, una recuperación milagrosa y un regreso a su ciudad sin la niña y sin comunicarle de su supervivencia. 
P.A. me miraba absorta, sus ojos permanecían fijos en mí, su rostro era una mueca dura que nada transmitía y al terminar mi largo relato se erigió raudamente y mirándola a su madre le dijo: quiero ir a verla, tengo necesidad de estar con ella de saber de su vida y el por qué. 
Le advertí que sólo teníamos una dirección de vieja data y que por su precaria salud era probable que hubiera fallecido, nada la detuvo, su voluntad la sostuvo y fue entonces cuando mirándome profundamente me dijo: necesito que Ud. me acompañe. 
Su madre agregó suplicante que era fundamental mi presencia en esa búsqueda hacia ese gran interrogante, hacia un mundo desconocido y misterioso que aún compartiendo con nosotros el interregno no conocemos no logramos desentrañar. Acepté con cierto resquemor y convenimos salir en 48 hs. a el último domicilio conocido de esa madre carnal que permanece en la mente y el corazón grabada a fuego eterno a pesar de todo y contra todo. 
Ese día me levanté con mucha ansiedad con la esperanza de no dar con el paradero, de regresar sin nada pero con el firme convencimiento de que debía finalizar esa odisea para que P.A. se concentre en su vida hoy, en sus padres y escuela, que olvide esas raíces que acalle esas voces y que la música de un hogar feliz termine por acunarla.  
Mi ciudad no está a más de 100 km de la natal de P.A.y allí fuimos por un camino llano que al leer la llanura encuentra un horizonte infinito con tonos de verdes que hacen pensar en la paleta de un pintor.

Llegamos en menos de una hora y de pronto nos encontrábamos en medio de un barrio muy humilde con calles de tierras y un inmenso baldío que lo rodeaba cual mar marrón que lo mantenía aislado de la ciudad pavimentada y ordenada, allí todo era caos y basura desparramada, gente mirando, chicos jugando y mujeres con bolsas de supermercado anticipando el almuerzo.
Cuando doblamos para tomar la calle señalada P.A. dijo sin hesitación alguna,  esa es mi casa… interiormente temblaba pero conservé la calma, su madre  nada decía manteniendo una osada tranquilidad, me bajé toqué la puerta una niña me atendió y detrás su madre que preguntaba que buscaba, le pregunté por la familia A.A. y sin duda me espetó: se mudaron hace un año al nuevo barrio, ésta es la dirección, soy la hermana y me dejaron esta casa cuando se fueron, agradecí  y nuevamente en el auto nos pusimos en marcha y, esta vez,  supe que el objetivo estaba cerca.
Llegamos en menos de 15 minutos, toqué y salió una mujer joven, magra, muy envejecida, detrás niños que reían y corrían en una mínima habitación;  no supe que decir, en ese momento las palabras no acudían a mi boca, sólo daban vueltas por mi cabeza sin poder tomarlas, ellas jugaban conmigo, el silencio fue eterno, comencé por contarle todo despacio y pronunciando cada palabra como un orfebre trabaja el material, mis manos eran los cinceles que completaban cada frase, la cara de esa madre se fue transformando mientras oía, concentrada mi relato. Donde está, me preguntó, en el auto fue mi respuesta, fue hacia ella la miró y la invitó a bajarse, la madre adoptiva la seguía, conversaron en la puerta, la invitaron a pasar, P.A. se volvió hacia mí y me dijo: por favor en una hora venga a buscarnos; el hielo se había derretido prontamente.
Así fue, un café en el centro, un breve paseo sin los desafíos de negocios modernos; al regresar me estaban esperando en la puerta, un saludo protocolar P.A. que besa a su madre y ya en el auto comenzó a hablar pausadamente, tal vez un llanto hablado, sin lágrimas, sin gemidos, palabras que desafiaban el destino, preguntas que no encontraban eco, una compuerta que se abre y un río caudaloso que busca su norte sin obstáculo alguno; ese deshago terminó en un llanto real y silencioso, sin herir con sus tristezas, con la heroicidad de los valientes, con la discreción de los sabios.  
Su madre la abrazaba sin hablar, eran sus manos las que hablaban cuando le acariciaba el pelo, cuando le secaba sus lágrimas; así transcurrió el viaje de vuelta, la música dura de un silencio estentóreo y triste.
Al regresar a su casa, me agradeció y me dijo: yo pertenezco a este hogar a estos padres a esta ciudad, nada tengo que ver con ellos, ya fueron, ya no serán.
Suelo ver muy de vez en cuando a P.A, conversa conmigo sobre sus cosas, sobre su futuro y quiere estudiar abogacía, me cuenta que llama a su madre de sangre cada dos meses, que junta dinero y ropa para sus hermanastros y que no quiere regresar por ahora, no la acusa, no la señala, late sobre ella un perdón no dicho una reconciliación apenas hablada, comprendió las circunstancias, entendió el entorno, se amigó con su vida, ama profundamente a sus padres adoptivos y vive intensamente.

Cierta vez y a casi seis meses de ese encuentro llega a mi puerta el actual esposo de la madre de sangre de P.A, lo recibo, es un hombre trabajador de escasa cultura con modales duros, lo interrogo por su visita y mirándome a los ojos me dice: he tenido diez niños, todos viven conmigo y mi trabajo no es el mejor y como vi como estaba P.A. pensé: ¿no se quiere llevar algunos?, me sonreí, le agradecí, lo entendí, miré mi título universitario y me dije a mi mismo que nadie debe juzgar a los otros y resonaron los olvidos o perdones de P.A para con su madre.

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