El Dr.
Juan Carlos Pacífico es Encargado Titular del Registro de Pergamino N° 2.
Amén de su función registral, en nuestra revista publica desde hace 7 años sus escritos de ficción, habitualmente inspirados en momentos vividos en su
ciudad. En nuestro impreso N° 35, un relato de controvertido final, que generará múltiples
y diversas interpretaciones… ¡Contanos la tuya en esta Web o en el Face!
Por: Dr. Juan Carlos Pacífico
Dibujos: Walter Pacenza
Entró en mi Estudio con su madre, era una adolescente de 17 años con una fuerte personalidad y ganas de saber,
ganas de conocer de dónde venía, quienes habían sido sus padres biológicos.
Se sentó frente a mí con esa obstinación de los cruzados o conversos, su madre
adoptiva la miraba y me miraba, no había angustia sino resignación y confianza,
ella sabía que tarde o temprano esto pasaría y se preparó para ello.
P.A. llegó a mi vida así, tal como lo
cuento, tuvo una dura infancia y
una madre soltera que, enferma de tuberculosis, la deja en un orfanato para
nunca más regresar por ella, luego sus padres adoptivos la llevarán a su
hogar cubriéndola de cuidados y amores necesarios, intervine en el juicio
por adopción en su final, y a los diez años de edad P.A. fue legalmente
hija de sus padres.
Y ahora, siete años después, los interrogantes más profundos del ser humano se despiertan con
una voracidad que no puede atenuar nada más que el saber, que el conocer
quienes, cómo y por qué.
Recordaba perfectamente el expediente pero no los
datos necesarios para responder a todas las preguntas, para ganar tiempo
convinimos encontrarnos quince días después; presuroso al día siguiente pedí el desarchivo de las actuaciones y
memoricé sus partes más importantes, recapacité sobre esa niña que fue
dejada en un orfanato a corta edad y todo lo que tuvo que pasar, esas horas
rodeadas de niñas en su misma situación en una inmensa soledad acompañada.
Cómo repercuten en
nuestra mente esas carencias, qué debemos hacer para convivir con
ellas y en qué momento se despiertan furiosas y deseosas de saber, de
comprender; en qué tiempo el puente hacia un territorio de tranquilidad y
equilibrio se edifica para poder vivir ocultando lo que nunca podrá
reponerse.
A los quince días volvieron y ya con los elementos en
mano pude contestar sus preguntas punzantes con datos certeros, apellidos,
nombres, direcciones y circunstancias trazaban un dibujo harto conocido: una
madre soltera de condición muy humilde, un padre biológico que nunca supo
del embarazo, una vida dura en una villa de emergencia, una enfermedad
social: tuberculosis que ataca un cuerpo diezmado por la pobreza y la
resignación, la imposibilidad de seguir manteniendo a su hija, la
aparición del orfanato como única solución, una recuperación milagrosa y un regreso a su ciudad sin la niña y sin
comunicarle de su supervivencia.
P.A. me miraba absorta, sus ojos permanecían fijos en mí,
su rostro era una mueca dura que nada transmitía y al terminar mi largo relato
se erigió raudamente y mirándola a su madre le dijo: quiero ir a verla, tengo
necesidad de estar con ella de saber de su vida y el por qué.
Le advertí que sólo teníamos una dirección de vieja
data y que por su precaria salud era probable que hubiera fallecido, nada
la detuvo, su voluntad la sostuvo y fue entonces cuando mirándome profundamente
me dijo: necesito que Ud. me acompañe.
Su madre agregó suplicante que era fundamental mi
presencia en esa búsqueda hacia ese gran interrogante, hacia un mundo
desconocido y misterioso que aún compartiendo con nosotros el interregno no conocemos
no logramos desentrañar. Acepté con
cierto resquemor y convenimos salir en 48 hs. a el último domicilio conocido de
esa madre carnal que permanece en la mente y el corazón grabada a fuego
eterno a pesar de todo y contra todo.
Ese día me levanté con mucha ansiedad con la esperanza
de no dar con el paradero, de regresar sin nada pero con el firme
convencimiento de que debía finalizar esa
odisea para que P.A. se concentre en su vida hoy, en sus padres y escuela, que
olvide esas raíces que acalle esas voces y que la música de un
hogar feliz termine por acunarla.
Mi ciudad no está a más de 100 km de la natal de P.A.y
allí fuimos por un camino llano que al leer la llanura encuentra un horizonte
infinito con tonos de verdes que hacen pensar en la paleta de un pintor.
Llegamos en menos de una hora y de pronto nos
encontrábamos en medio de un barrio muy
humilde con calles de tierras y un inmenso baldío que lo rodeaba cual mar
marrón que lo mantenía aislado de la ciudad pavimentada y ordenada, allí todo
era caos y basura desparramada, gente mirando, chicos jugando y mujeres con
bolsas de supermercado anticipando el almuerzo.
Cuando doblamos para tomar la calle señalada P.A. dijo
sin hesitación alguna, esa es mi casa… interiormente
temblaba pero conservé la calma, su madre
nada decía manteniendo una osada tranquilidad, me bajé toqué la puerta una
niña me atendió y detrás su madre que preguntaba que buscaba, le pregunté por
la familia A.A. y sin duda me espetó: se
mudaron hace un año al nuevo barrio, ésta es la dirección, soy la hermana y
me dejaron esta casa cuando se fueron, agradecí
y nuevamente en el auto nos pusimos en marcha y, esta vez, supe que el objetivo estaba cerca.
Llegamos en menos de 15 minutos, toqué y salió una mujer joven, magra, muy envejecida,
detrás niños que reían y corrían en una mínima habitación; no supe que decir, en ese momento las
palabras no acudían a mi boca, sólo daban vueltas por mi cabeza sin poder
tomarlas, ellas jugaban conmigo, el silencio fue eterno, comencé por contarle
todo despacio y pronunciando cada palabra como un orfebre trabaja el material,
mis manos eran los cinceles que completaban cada frase, la cara de esa madre se
fue transformando mientras oía, concentrada mi relato. Donde está, me preguntó,
en el auto fue mi respuesta, fue hacia ella la miró y la invitó a bajarse, la
madre adoptiva la seguía, conversaron en la puerta, la invitaron a pasar, P.A. se volvió hacia mí y me dijo: por
favor en una hora venga a buscarnos; el hielo se había derretido
prontamente.
Así fue, un café en el centro, un breve paseo sin los
desafíos de negocios modernos; al regresar me estaban esperando en la puerta,
un saludo protocolar P.A. que besa a su
madre y ya en el auto comenzó a hablar pausadamente, tal vez un llanto hablado,
sin lágrimas, sin gemidos, palabras que desafiaban el destino, preguntas
que no encontraban eco, una compuerta que se abre y un río caudaloso que busca
su norte sin obstáculo alguno; ese deshago terminó en un llanto real y
silencioso, sin herir con sus tristezas, con la heroicidad de los valientes,
con la discreción de los sabios.
Su madre la abrazaba sin
hablar, eran sus manos las que hablaban cuando le acariciaba el pelo, cuando le
secaba sus lágrimas; así transcurrió el viaje de vuelta, la música dura de un
silencio estentóreo y triste.
Al regresar a su casa, me agradeció y me dijo: yo
pertenezco a este hogar a estos padres a esta ciudad, nada tengo que ver con ellos, ya fueron, ya no serán.
Suelo ver muy
de vez en cuando a P.A, conversa conmigo sobre sus cosas, sobre su futuro y
quiere estudiar abogacía, me cuenta que llama a su madre de sangre cada dos
meses, que junta dinero y ropa para sus hermanastros y que no quiere regresar
por ahora, no la acusa, no la señala, late sobre ella un perdón no dicho una
reconciliación apenas hablada, comprendió las circunstancias, entendió el entorno,
se amigó con su vida, ama profundamente a sus padres adoptivos y vive
intensamente.
Cierta vez y a casi seis meses de ese
encuentro llega a mi puerta el actual esposo de la madre de sangre de P.A, lo
recibo, es un hombre trabajador de escasa cultura con modales duros, lo
interrogo por su visita y mirándome a los ojos me dice: he tenido diez niños,
todos viven conmigo y mi trabajo no es el mejor y como vi como estaba P.A.
pensé: ¿no se quiere llevar algunos?, me sonreí, le agradecí,
lo entendí, miré mi título universitario
y me dije a mi mismo que nadie debe
juzgar a los otros y resonaron los olvidos o perdones de P.A para con su
madre.
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